Hace un par de días estuve en un conocido centro comercial con mi hermano comprando varias cosas. Luego de terminar cansados y con un carrito lleno de compras, decidimos utilizar una aplicación para llamar a un taxi. Mientras estábamos parados intentando conseguir uno por el celular, cerca de nosotros se encontraba una señora mayor y una niña de unos 6 o 7 años aproximadamente. Ambas estaban sentadas en una banca comiendo un helado. Hablaban entre sí y la señora le decía: Espera, ya van a venir (deduzco que refiriéndose a sus papás, asumiendo que ella era la abuelita). Mientras mi hermano luchaba con la aplicación, me quedé observándolas por un momento, cuando la niña le dijo a la señora: “¡Esto es mejor que comprarse un carro!” mientras devoraba su helado de manera rápida antes que termine derretido entre sus manos. La frase la dijo con tanta naturalidad e inocencia que me sacó una sonrisa y me dio mucho que pensar. ¡Para ella era millones de veces mejor disfrutar de un cono de helado que comprarse un carro! Los niños siempre dicen las cosas de una manera particular, y ella no se equivocaba.
¿Se han dado cuenta de las cosas pequeñas que nos hacen felices? Es claro que un carro no es su prioridad número uno pero pongámonos en un caso propio. Disfrutemos las cosas por más pequeñas que sean, no deben costar millones para poder sentirnos bien. A partir de hoy disfrutemos cuando miramos el cielo azul, o cuando sintamos el viento en nuestro rostro, o cuando disfrutemos de un pedazo de chocolate, o simplemente cuando estemos echados en nuestras camas y podamos decir: ¡Gracias! ¡Gracias por todo lo que tenemos y por todo lo que podemos disfrutar!
¡Ahora, todos a disfrutar de un helado!